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sábado, 15 de septiembre de 2012

Templos virtuales que no cuajan en papel

Hoy me vais a permitir que me ponga más friki de lo normal. ¿Más? ¿Es posible? , pero no voy a colgar ningún vlog en el que salga cantando la versión original de algún anime, aún no corréis ese peligro. Bueno, aún ni nunca. Pero vayamos al grano, que tanto vosotros como yo conocemos mi gran capacidad, que me ha salvado más de una vez en los exámenes de historia del arte, para irme por las ramas, enrollarme como una condenada persiana y repetirme hasta que os dieran ganas de denunciarme al Tribunal de la Redundancia.

El caso es que en verano, por mucho que ocupe mi tiempo libre en libros y en acabar series colgadas a causa de obligaciones de un grado superior académicas o en regalarlo directamente a aquellos seres tan increíbles a los que llamamos amigos, me aburro. Me aburro como una ostra. Y cuando me aburro hago dos cosas: dormir y pensar. Y cuando pienso siempre acabo, por fortuna o por desgracia, recordando qué hacía yo hará ocho años, como mucho, para rellenar esas horas muertas y no recordar ningún momento aburrido. La respuesta es clara: videojuegos. Claro que también leía, de pequeño, pero leía poco, de tarde en tarde, y cuando terminaba un libro no sentía ese vacío y ese terror que me provoca ahora encontrarme sin nada que leer (por ¿suerte? ahora sufro un trastorno obsesivo compulsivo que consiste en comprar libros o cómics siempre que salgo de casa y que podéis apreciar en mis IMMs).

Así que en verano, y durante el curso, era uno de esos niños que se podían pasar horas mirando fijamente el televisor con un control remoto entre las manos o fijando la vista en una de esas encantadoras consolas portátiles que, estoy seguro, tuvieron la culpa de provocarme miopía (aparte de la genética, claro) y que a los telediarios de las tres de la tarde y de las nueve de la noche les gusta tanto criticar. Afortunadamente (sí, ahora sí que la suerte tuvo que ver en ello), no fui de esos críos a los que les da por pegar tiros virtualmente sin ton ni son a fin de ganar queséyo guerra. Lo mío era salvar el mundo en una apasionada y enrevesada aventura épica liberando el maná. O salvar princesas que se encontraban en otro castillo o detrás de otra pintura embrujada. O impedir que un ser malvado se apoderara de nuevo del mayor poder que las Diosas otorgaron a sus criaturas. O unir dos mundos separados hace milenios para que no tuvieran que sacrificar más inocentes para favorecer el intercambio de maná (¡Maná, maná, esa palabra que aparece en casi todos los videojuegos y que parece tan poderosa!). O competir junto a fascinantes criaturas para ser el entrenador más fuerte de mi región.

Yo, en mi infinita inocencia, no llegaba a intuir totalmente lo increíbles que eran esas tramas, el esfuerzo que debía haber tras ellas, la cabeza que pudo idearlo todo... Pero ahora, con más años (tampoco muchos) sobre mis espaldas y con más mundo contemplado en mi silencio, me doy cuenta de que todas esas historias... eran casi como novelas magistrales, de esas que lo tienen todo conectado y que no se dejan ningún cabo suelto, formando de tal modo un propio universo tan complejo como el nuestro (¿Impresionable, yo? Qué va). Y yo, que le doy vueltas a todo como si me creyera una lavadora y me obsesiono con cualquier tontería, pensé... ¿y si esos videojuegos fuesen auténticas novelas? La respuesta no tardó en llegar a mi cabeza con la misma rapidez en que se formuló la pregunta: no sería, ni mucho menos, lo mismo. No mentiré, he fantaseado muchas veces en como sería encontrarme con la aventura de Link en The Legend of Zelda: Ocarina of Time en una novela (aunque me haya encontrado con ella en formato manga), con las andanzas de Lloyd y sus amigos en Tales of Symphonia (aunque me haya encontrado con ellas en formato manga) e incluso con el largo viaje de Hans y Félix en Golden Sun. Pero en el fondo sé que llegarían a aburrirme o al menos no me encandilarían tantísimo.

¿Cómo puede ser eso? ¿Cómo podrían aburrirme historias tan apasionantes, de giros argumentales tremendos y de acción a cada instante sobre el papel? Bien, pensemos, que es aquí adónde quería llegar. ¿Cómo sería leer el recorrido de Link, él solito con la pesada de Navy, por el complicado Templo del Bosque, resolviendo sus puzzles? Páginas y páginas de descripciones y de, tal vez, monólogos interiores en los que Link pensaría qué tiene que hacer para capturar a los fantasmas y encender las llamas del vestíbulo principal para llegar al corazón del templo. Tal vez no resulte tan emocionante como controlar a Link como si fuese una marioneta y pensar uno mismo lo qué hay que hacer. Cierto es, pero, que esas partes se podrían suprimir, que el templo podría ser un edificio bien antiguo sin ningún obstáculo a excepción del jefe final que custodia el Medallón, el tesoro que vamos buscando para salvar Hyrule. Pero... ¿no se perdería así la gracia? ¿Cómo sería el videojuego si fuera igual, si tuviéramos que atravesar simplemente un edificio abandonado para encontrarnos, solo al final de la travesía, con un monstruo maligno que entorpeciera el mísero gesto de obtener el Medallón del Bosque? Aburrido y falto de emoción. Eh, ¿y las travesías a través de la campiña de Hyrule para ir de un destino a otro? Si no le añadiéramos acampadas o encuentros con otros personajes, fallando al espíritu original del videojuego (y la adaptación, aunque pueda ser buena, como la del manga, ya os aseguro que no conserva ese mismo espíritu, sino que se convierte en una experiencia distinta que, aunque guste, no llega a ser tan magnífica como la original), leer como Link cabalga con su yegua Epona campo a través... ¿podría resultarnos entretenido o nos acabaría agotando? Bueno, ciertamente sería interesante leer como alguien describe el paisaje y la vegetación hylianas... Pero aún así...
Entonces, ¿por qué? ¿Por qué pasaba esto, por qué tenía esta sensación? ¿Por qué una historia tan apasionante -para mí y para muchos- no tendría el mismo efecto en el papel sin modificarla? La pregunta me mortificaba, y tardé en encontrar la repuesta: si no llegaba a ser lo mismo es porque le faltaría algo, ¡faltaría la interacción!

Si os fijáis, los videojuegos son altamente visuales e incluyen la participación de la mente del jugador para su completo desarrollo, requieren que el usuario se vuelque totalmente en la aventura y participe formando parte ella, convirtiéndose en el propio protagonista. Cuando cogemos el mando dejamos de ser nosotros mismos y nos convertimos en el Héroe del Tiempo. En cambio, cuando leemos una novela, incluso cuando el mismo narrador es el protagonista, somos simples espectadores, no podemos intervenir en ella, ya está escrita y lo único que tenemos que hacer para avanzar es leer, o lo que sería lo mismo, mirar. No digo que un videojuego sea más divertido que un libro o viceversa, pues hay de todo, y a quién le gusten las dos cosas bien lo sabe. Lo que vengo a decir es que he llegado a una conclusión: historias buenas hay muchas, las hay en libros y las hay en videojuegos, pero unas son para ser leídas y otras, vividas; y aún así, pueden llegar a emocionarnos totalmente.

5 comentarios:

mayumako 15 de septiembre de 2012, 15:01  

Pfff qué rallamiento. Yo también llegué a esa conclusión en su momento y me alegro de ver que no soy la única que piensa cosas raras (?).

Anónimo,  15 de septiembre de 2012, 17:12  

Pues yo a veces creo que los videojuegos tienen historias muy bien montadas. Cada vez los jugadores piden mejores argumentos. pero tienes toda la razón

Lea 15 de septiembre de 2012, 23:05  

Pues la verdad es que cuando juego no me fijo mucho en el argumento... xDDD Me quedo más con las posibilidades que ofrece a la hora de interactuar que con otra cosa. La mayoría de las veces la trama se me acaba olvidando. Pero ahora que me paro a pensarlo sí que hay videojuegos con la trama muy, muy, muy currada (aunque hay de todo). El argumento de los juegos de Shin-chan, por ejemplo, me parece hasta mejor que la trama de sus películas xD Crear una buena trama en un juego me parece bastante complicado, la historia es sólo un pretexto para el juego en sí y siempre queda en un segundo plano, no hay mucho con lo que trabajar. He intentado imaginarme cualquiera de los videojuegos que conozco en versión libro, pero no puedo, sé no me gustarían nada. Los videojuegos tienen ese encanto que si fuesen libros se perdería. En los libros conoces a un héroe, pero en los juegos ese héroe eres tú. ¿Y la autosatisfacción que sientes cuando te pasas un juego qué, eh? Eso también es algo que al pasar el videojuego a libro se perdería.

Deigar 21 de septiembre de 2012, 17:57  

Qué friki está la entrada, me encanta. Totalmente de acuerdo, lo que hace emocionante un videojuego, es sin duda la interacción y conexión que logras con la trama en sí. Libros y videojuegos, dos magníficos mundos.

¡Saludos!

Lu Vargas 25 de septiembre de 2012, 14:37  

Realmente me has hecho pensar como no tienes idea, en cuanto a los vídeojuegos, no soy tan apegada a ellos como lo son mis hermanos, pero es verdad... cada cual tiene su historia, pero hay otros que nunca los entenderé.
Buen artículo :)
¡Saludos C:!

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